El fantasma del golpe de Estado sobrevuela Bolivia
Una mujer llora junto al féretro con el cadáver de un partidario de Morales muerto en La Paz el día 21 en enfrentamientos con las fuerzas de seguridad. REUTERS/Marco Bello |
Numerosos lectores reprochan a EL PAÍS que no califique de asonada la destitución de Morales, pero el periódico prefiere esperar acontecimientos.
Decenas de lectores reprochan estos días al periódico que no califique como golpe de Estado los sucesos en Bolivia. Los principales medios mundiales debaten si en las últimas semanas ha habido una asonada o una rebelión popular apoyada por los militares. EL PAÍS, diario de referencia en Latinoamérica, prefiere esperar próximos acontecimientos que confirmen o desmientan una u otra tesis.
Los expertos consideran que la frontera entre un golpe —denostado por la comunidad internacional— y una revolución —bien vista por las opiniones públicas— es ahora muy delgada y coinciden en que los hechos venideros determinarán la calificación del proceso. La clave, creen, reside en si habrá o no elecciones libres pronto y en si los protagonistas respetan las leyes y las instituciones.
El periódico no ha obviado el debate —señala Jan Martínez Ahrens, director adjunto— y preguntó el pasado día 12 a cuatro expertos si hubo o no un golpe cuando el jefe del Ejército —relevado después en su puesto— forzó la renuncia del presidente Evo Morales al “sugerirle” públicamente que dimitiera. Dos respondieron afirmativamente, y, según los otros dos, hubo elementos de una asonada, pero en una coyuntura especial provocada por parte de la población para restablecer un orden vulnerado por irregularidades favorables a Morales en las elecciones del 20 de octubre.
El lector Leandro Valencia se queja: “¿Lo de Bolivia no es un golpe de Estado? Impresentable la información de EL PAÍS”. André G. añade: “EL PAÍS se escora hacia la derecha neoliberal. Una prueba es el tratamiento de las informaciones sobre el golpe de Estado en Bolivia, renunciando a declararlo como tal”. Y Pedro Armendáriz: “Estamos ante un golpe de Estado. Es evidente, ¡por favor!”. O Jorge Martínez: “No hay un solo titular de EL PAÍS donde el medio manifieste un hecho indiscutible como es el golpe de Estado”. En los comentarios de la web hay mensajes similares: “Por ningún lado la frase golpe de Estado”; “El Ejército obliga a Pedro Sánchez a presentar su renuncia: ¿es un golpe de Estado?”; “El Ejército obliga a Morales a renunciar + la senadora Jeanine Áñez se proclama presidenta sin quórum en el Parlamento = golpe de Estado”.
Martínez Ahrens destaca que el periódico ha dado voz a todos los sectores implicados —con entrevistas a Morales o al líder de la oposición, Carlos Mesa— y que no menciona la expresión golpe de Estado “por la complejidad de los hechos y su naturaleza acelerada y cambiante”. Lo mismo hace la mayoría de periódicos de referencia, como The New York Times o Le Monde. O la Eurocámara. Y casi todos los países, menos Venezuela, Cuba, Nicaragua, México o Rusia, que sí hablan de golpe.
El Diccionario del Español Jurídico, avalado por la Real Academia, define así un golpe: “Destitución repentina y sustitución, por la fuerza u otros medios inconstitucionales, de quien ostenta el poder político”. Y el investigador Andrés Malamud, mencionado como experto por el periódico, señala que “un golpe de Estado es la interrupción inconstitucional de un jefe de Gobierno por parte de otro agente estatal”.
Parece claro a la vista de esas definiciones. También para EL PAÍS, que, pese a su prudencia, ha dado pistas para alimentar la tesis del golpe sin citarlo. El editorial del día 13 decía: “El factor definitivo para la salida del líder boliviano fue la intervención del jefe del Ejército, que sugirió su renuncia, lo que resulta de todo punto inaceptable. Cuando se tiene el poder de las armas y los tanques no caben sugerencias para alterar el orden constitucional de un país. El pasado reciente de América Latina está repleto de episodios similares. Resulta por ello inadmisible que en la segunda década del siglo XXI haya aún ejércitos que se arroguen el poder de quitar y poner presidentes”.
Y la información del día 20 de Francesco Manetto, corresponsal jefe de EL PAÍS en Colombia para la Región Andina y Venezuela, incluía estas frases: “Las primeras decisiones del Gabinete de Jeanine Áñez, que asumió el poder hace una semana sin el apoyo mayoritario del Parlamento, no han frenado la oleada de indignación desencadenada por la renuncia de Morales. El expresidente se fue forzado por el Ejército, que, según un decreto condenado por Naciones Unidas y varios organismos internacionales, libra a los soldados que repriman las movilizaciones de responsabilidad penal (van ya más de 30 muertos). La militarización de las calles de La Paz se hace cada día más evidente”.
Martínez Ahrens opina que el término golpe incluye “interrogantes frente a los que conviene más ofrecer una información abundante y contrastada que una definición precipitada”. “Se trata de un proceso en desarrollo y los hechos contribuirán a clarificar lo sucedido”.
Varios expertos aseguran que el debate terminológico es estéril. Lo importante, concluyen, será el relato que quede para la historia, condicionado mucho más por lo que ocurra a partir de ahora. Aún estamos en el primer capítulo.
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